sábado, 21 de febrero de 2015

Primeros días

Llegue a Lake Tahoe con una de mis amigas, un día de mucho mucho frío, recién ahora me doy cuenta de que a ese frío tendría que acostumbrarme y prestarle atención. Las calles y la rutas estaban llenas de nieve, y yo solo la miraba admirada. 
Esa primer semana que estuve acá, tuve la peor de las gripes que me agarro en años, no podía hablar directamente, lo que me daba un indicio de que estaba homesick y me hizo preguntarme si realmente estaba preparada para quedarme tres meses. 
Nuestra rutina empezaba así, íbamos a trabajar todos los días a las 9 y llegábamos a las 8 a nuestra casa, y yo llegaba me duchaba y directo a dormir. También mis primeras jornadas laborales de ocho horas me hicieron preguntar ¿será que estoy hecha para trabajar?, ¿estoy lista para formar parte de la clase obrera? Los problemas existenciales del primer mundo, me diría yo. 
Supongo que la mayoría de mis dudas eran porque recién me estaba acostumbrando o no, y porque la gripe que me había agarrado me dejaba sin fuerza. 
Encima a todo esto, yo, la doctora Rimolo, conociendo a mi sistema inmune, o a las fallas de mi sistema inmune, me vine preparada con dos, si solo dos dosis de antibióticos, entonces tarde como tres días en tomar la decisión de "desperdiciar" mi primera dosis, que gracias dios la tome. 

Por una semana vivimos sola con mi amiga Mavis y yo, en un motel lejano, que si alguien podría describirlo, podría decirse que es el típico de película de terror de bajo presupuesto yankee. Yo igual lo adore. Creo que tengo una capacidad de tomar agrado hasta a las peores cosas. Igual no era tan malo, no tenía cucarachas ni era sucio, tenía gente rara viviendo ahí no más, y también tenía historias. 

Los primeros días, en los que todavía había nieve, íbamos con Mavis por una bajada para tomar el bus, y ella se resbala un poco y putea contra sus botas y me pregunta "¿tus botas no resbalan", y yo sin dejar un instante para que actuará el karma o la gravedad riéndome le respondo con un orgulloso NO. Acto seguido estaba tirada de culo en el asfalto y con la mano enbarrada entre con tierra y sangre. Mavis muerta de risa, y esa pregunta formo parte de la rutina diaria a la ida y a la vuelta del trabajo, o a cada lugar que fuéramos, y siempre siempre nos sacaba una sonrisa, o una carcajada. 
Esa carcajada tan peculiar de la flaca, que nos contagia tanto, por momentos me hacía pensar que era tan falsa pero tan necesariamente real, como si necesitábamos reírnos, en esos días que llegábamos tarde y cansadas de trabajar, o de extrañar. 
La flaquita sobretodo, que desde el comienzo empezó a plantearse no quedarse. Y los primeros días de enero, después de tantas idas y vueltas, la flaquita se marcho a un lugar más cálido. 

Entre ella que no sabia que veníamos a un lugar con nieve, y que nieva a 0 grados centígrados, y Marta que llego uno de los días más fríos con unas converses y una remera manga corta, no se con cual quedarme jajajaja. 
Diciembre nos prometía tanta nieve...

Desde que Marta llego, días antes de Navidad, compartimos la cama. Salvo contadas ocaciones, que según ella fueron las mejores noches, durmió sola. No solo hemos estado conviviendo, sino hasta tocándonos (ella a mi) los pies en la noche. Lo se, soy irresistible. 

Yo pensé que esta locura de venirnos las tres juntas y vivir juntas, iba a ser de lo más problemático, pero no. La convivencia es tan genial, llena de cosas para recordar y inhibiciones que destapar. 

A los pocos días de la llegada de Marta, conocimos a otro grupo de chicos que vivían en nuestro mismo motel, y que a l larga también formarían parte de esta convivencia. Creo que nada supera el convivir con desconocidos, sobretodo estos desconocidos. 
 




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