martes, 3 de marzo de 2015

Yo no lo invente


Un día, recién mudados con este grupo de desconocidos, íbamos yendo a comprar algo mientras charlábamos incoherencias. 
En eso, Maxi, el futuro medico argentino, dice si hubiera un idioma universal, debería ser el español. Su explicación era, porque hay mayor cantidad de países (no personas) que tienen al español como idioma oficial. La verdad que su justificación es válida, pero si alguien me pregunta a mi (como si nosotros tuviéramos el poder de cambiar los idiomas del mundo con nuestra pura opinión), lo que hace particular a cada lugar es su lenguaje. Lengua y cultura van de la mano, y la posibilidad de que todo sea parecido o igual, de que todo sea entendible, me parece tan aburrido. 

Pero si incluso los que hablamos español, pero que lo aprendimos en distintas zonas a veces no nos entendemos. 
Como cuando Caro, la chilena, dijo "que fome!", y Marta le respondió "si, yo también tengo hambre"
Esos malos entendidos, o entendidos a medias, son los que hicieron a estos tres meses llenos de risas. 
Al tiempo en que empezamos a medio entender cada uno de los dichos, comenzó el intento de imitarlos. 
Los primeros "que wea", parecían tan forzados, y ahora forman parte de nuestra comunicación habitual. Bueno al menos del mío, mi habla tiene una habilidad especial para fusionarse con los que escucho por ahí. 

Estábamos en San Francisco, compartiendo tiempo en común con los chicos, en las camas juntadas de una habitación pobre, de un motel de lo que alguna vez fue el centro de esa hermosa ciudad de la bahía. 


Mi papá tuvo una época en la que decía, en la cama empieza y termina la vida. Y sacaba fotos de todas las camas que veía, en esa época, nuestra computadora tenía poca memoria, andaba mal, y encima... Estaba llena de fotos de camas. 
Ahora, capaz que de tanto vivir en moteles y habitaciones, entiendo el concepto de la cama y la vida. 
En estos meses, la cama se convirtió en living, comedor, mesa, sillón... Se convirtió en lo que nosotros queríamos que fuese en ese momento. 


Estando en esa habitación, en San Francisco, fue cuando empezamos a mimetizarnos en dichos y acentos. 
Cuando Caro, la chilena, empezó a decir piba, nos dimos cuenta de que o aceptábamos lo que estaba pasando y lo disfrutábamos o nos cerrábamos en nuestros decires y buscábamos acentuar nuestro acento. ¡Que cosa que al argentino le sale bien!
Empezamos a repetir dichos, principalmente insultos. Creo que nunca escuche tantos "chatumare, que wea" (o intentos de decir eso) en mi vida, como en los días que duro ese pequeño viaje. 
"Puta, que chucha", "perra culiada", "boludo", "weón" (que si... Ambos vienen de lo mismo, significan lo mismo y se usan para lo mismo)
El "pue", el "po", y el "¿poquee?!".

En una de las competencias ¿quien dice mejor "weón"?, de los tres argentinos, gane yo la primer ronda. Y, ¿quien lo diría? Si yo siempre pensé que para imitar acentos o a personas no tenía profesión, una papa en la boca y la lengua atada es lo que tengo. 
De igual manera, Marta siempre fue la mejor, si pudo convencer a unos peruanos (aunque weones) de que era el día del Paraguay y que iban a festejarlo en la playa, con su mejor acento guaraní, dudo que haya cosas en la que no pueda convencer. Y ella lo sabe, mentir y engañar para reírse y hacernos reír, es una de las cosas que mejor le sale, después, claro esta, de derramar la yerba en donde quiera que este. 

Estos meses, estuvieron repleto de todo, pero mas que nada de risas. 
Como un día en el que Caro se estaba peinado, y dice:
Haceme la partidura
Nosotros, los tres argentinos, le miramos a punto de estallar en risas, cuando agregó:
¿Qué!? ¡Yo no lo invente!


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